martes, 2 de octubre de 2012

TIENES FE…


“Es pues la fe, la certeza de lo que  se espera, la convicción de lo que no se ve”.
(Hebreos 11: 1)
Un  simpático relato cuenta que en algún  pueblecito  de los años 50s, se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en la ruina a todos sus habitantes, quienes prácticamente  subsistían de la  agricultura. Como la mayoría   eran creyentes, concurrieron ante el líder de la iglesia:
“Pastor, ¿qué le parece si le pedimos   a Dios que envíe   lluvia   para salir  de esta  angustiante situación?”

 “Está bien
 –dijo el pastor- lo haremos, pero hay que pedirlo con mucha fe”.
 “¡Por supuesto,   y no solo eso, sino que vendremos a las reuniones de la iglesia, todos los días
.
Así lo hicieron;  mas transcurrieron  las semanas   y la anhelada lluvia no llegó. Entonces los moradores nuevamente se acercaron al referido  líder;  esta vez en tono enérgico:
“Pastor,   a usted le consta que hemos clamado a Dios    para que envíe las lluvias; ya  van varias semanas y no obtenemos respuesta alguna.”

 “¿Han pedido con fe verdadera?”, les increpó el Pastor.
“Por supuesto!”, respondieron todos al unísono.
 “No lo creo -añadió el ministro- pues si de verdad tenían fe    ¿por qué durante todos estos días,  ninguno de ustedes trajo  un paraguas?” 
Querido amigo y amiga: cuántas veces en la vida cotidiana nos ha ocurrido algo similar: en la teoría somos dueños de una fe aparentemente inquebrantable,  pero a la hora de ponerla en práctica, especialmente   al atravesar   problemas de diverso índole,  sentimos que   dicha fe nos abandona, como los abandonó a los discípulos  cuando estando en su barca, cerca de su adormilado Maestro, sobrevino una tormenta (Lucas 8:22-25).
Es fácil  confiar en tiempos de bonanza,   cuando todo  va bien,   cuando nuestra vida transcurre sin mayores problemas,   rodeados de  éxito, prosperidad;  cero enfermedades, cero crisis conflictos… pero cuando  se viene   lo otro, la debacle,  la fe empieza a desleírse como helado en día caluroso; caemos en las garras de  la   angustia y la ansiedad;  dejamos  de lado a Dios;  nos abandonamos a  nuestras propias fuerzas,  y obviamente sucumbimos.
No permitamos que nuestra fe, y por lo tanto nuestra obediencia,    desmayen  ; imitemos  en ese sentido a un Noé, (Génesis Cap. 6-9) quien debió haber soportado la  burla humana, ante el anuncio del diluvio universal; inspirémonos  en un  Abraham (Génesis Cap. 22) en su actitud obediente  cuando su hijo fue reclamado por el Señor para supuestamente ser  sacrificado ;  imitemos a un   Moisés (Éxodo 14: 21-29) ,  quien en su   misión de conducir al pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida,  no permitió que ningún    Mar Rojo  lo   detenga;  o emulemos a un Job en su férrea  confianza en los momentos de mayor desgracia humana… En fin, los ejemplos   son múltiples; y fáciles de hallarlos  en las Sagradas Escrituras.

No dejemos de pedirle  a diario a Dios ,   nuevas porciones de confianza en sus Promesas;   no importa si estamos iniciando una relación con Él,  o si por ser   ancianos en una  congregación,   nos consideremos   paladines   de la fe.   El apóstol Pablo en sus cartas   recomendaba:  velen siempre; estén firmes en la fe; pórtense varonilmente y esfuércense”.  (I Corintios 16. 13).

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