La historia que tiene más de
un siglo, cuenta que una princesa agonizaba. En su lecho de muerte, pidió que
su tumba fuese cubierta con una gran piedra de granito y que alrededor hubiese
otras piedras sellando la lápida.
También dio órdenes de
afianzar las piedras con abrazaderas de hierro. A pedido, suyo, la lápida
llevaría escrito: “Esta tumba, comprada para toda la eternidad, jamás deberá
abrirse”.
Aparentemente, durante el
entierro se metió en la tumba una bellotita. Al tiempo empezó a asomarse un
brotecito en medio de las piedras. La bellota había podido absorber suficiente
alimento como para crecer.
Después de varios años de
crecimiento, un robusto roble se levantaba entre las abrazaderas de hierro. El
hierro no pudo con el roble y sus raíces lo rompieron, dejando al descubierto
la tumba que nunca debía abrirse. La nueva vida se abrió camino desde el lecho
de muerte con una semillita.
Todos los días tenemos
infinidad de oportunidades para aprovechar un nuevo comienzo.
Generalmente, los nuevos
comienzos se inician cuando alguna otra cosa termina. Cuando dejamos que el
pecado muera en nuestro corazón, encontramos nueva vida en Cristo.
Tal vez no haya sido
accidental que el robusto roble, que es uno de los árboles más altos y fuertes
del mundo, se inicie a partir de una pequeña semillita.
Marcos
4:8
Pero
otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a
treinta a sesenta, y a ciento por uno.
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