jueves, 16 de agosto de 2012

DILO TODO…


En verdad me considero un ser humano bastante peculiar, muchas veces me pregunto si realmente Dios fue capaz de crear a alguien con tanta paciencia como para acompañar toda la vida a alguien como yo…me  autoconvenzo  diciéndome que sí, pero la verdad es que esa es una de mis grandes pruebas de fe.
Dentro de las excentricidades de mi personalidad está la necesidad de comunicar TODO lo que estoy sintiendo e incluso pensando. En ocasiones cuando no puedo decírselo directamente a mi interlocutor escribo casi testamentos en donde trato de comunicar con el mayor detalle posible lo que quiero manifestar, aunque muchas veces no lo digo explícitamente. Sin embargo, aún existen cosas urgentes de decir y que no he podido comunicar. No he podido comunicarlas por temor, por orgullo, por vergüenza, por timidez, por sentir que no es el momento apropiado, porque creo que ya no tiene sentido el decirlas, pero la verdad, no es así. Tener algo pendiente que decir es como tener que hacer un trámite con un plazo de término y posponer, posponer y posponer la acción. Te genera ansiedad, preocupación y hasta sensaciones físicas como temblor de manos, dolor de panza, sudoración de manos, taquicardia, falta de aire y una lista aún más larga de síntomas que tú y yo en más de una ocasión hemos experimentado.
Pienso en cuando era niño. Escribirle a Santa Claus era tan sencillo, le contaba lo bien que me había portado y expresaba CLARAMENTE qué era lo que deseaba de regalo para esa navidad. Nunca me planteé si Santa tendría problemas de presupuesto o si se aburriría con mi carta, yo sólo manifestaba lo que quería y punto.
A veces extraño esa sencillez de la niñez, el ser capaces de decir tan transparentemente lo que nos pasa, lo que necesitamos y lo que nos duele. Eso es algo que perdemos con la edad y las ideas de “ser adulto” que se nos van instalando en la cabezota.  Lo que es mucho peor, pretendemos ser “fuertes”, “perseverantes”, “resistentes” cuando lo único que queremos es poder ser lo más “merengue” posible y hacer una pataleta de aquellas expresando lo frustrado o enojado que nos sentimos. Lo peor de todo es que pretendemos aparentar con quien más nos conoce, aparentamos con Jesús.
Por si se te ha olvidado, Jesús fue de carne y hueso como tú y como yo, por lo tanto su empatía con el género humano es bastante grande (ni hablar de su misericordia y gracia). Él vivió experiencias humanas y puede entender lo “podridos” que nos sentimos a ratos. Lo difícil que es vivir con uno mismo, cuando la cabeza nunca para de pensar y tú nunca dejas de escucharte. Sí, leíste bien. Escucharte como si tuvieras a un Pepe Grillo sobre tu hombro.
Cada vez que sientas esta necesidad de decir todo lo que piensas y sientes, no lo filtres, al menos no con Jesús. Él no se va a sorprender ni pensará que algo te pasa, agradecerá tu honestidad y disfrutará de tu berrinche, porque le encanta poder transformar las grandes penas en grandes alegrías.
Tal vez te quedan muchos “perdona” por decir, o muchos “te amo” por atreverte a decretar, tal vez te faltan muchos “gracias” que dar, aprovecha ahora. Este es el momento preciso. Ejercita con Jesús, comienza diciéndole a Él lo que te falta por preguntar o llorar. Nadie está esperando que seas fuerte eternamente y ante todas las dificultades ¡NADIE! Ni siquiera Jesús…Él quiere ser fuerte por ti, Él quiere perfeccionarse en aquello que a ti te hace un débil.

Di todo lo que tengas que decir, escríbelo, cántalo, grítalo, llóralo ¡PERO EXPRÉSALO! No te guardes nada, no se puede llenar una habitación que no está vacía…

No hay comentarios:

Publicar un comentario