En verdad me considero un ser
humano bastante peculiar, muchas veces me pregunto si realmente Dios fue capaz
de crear a alguien con tanta paciencia como para acompañar toda la vida a
alguien como yo…me autoconvenzo diciéndome que sí, pero la verdad
es que esa es una de mis grandes pruebas de fe.
Dentro de las excentricidades de
mi personalidad está la necesidad de comunicar TODO lo que estoy sintiendo e
incluso pensando. En ocasiones cuando no puedo decírselo directamente a mi
interlocutor escribo casi testamentos en donde trato de comunicar con el mayor
detalle posible lo que quiero manifestar, aunque muchas veces no lo digo
explícitamente. Sin embargo, aún existen cosas urgentes de decir y que no he
podido comunicar. No he podido comunicarlas por temor, por orgullo, por
vergüenza, por timidez, por sentir que no es el momento apropiado, porque creo
que ya no tiene sentido el decirlas, pero la verdad, no es así. Tener algo
pendiente que decir es como tener que hacer un trámite con un plazo de término
y posponer, posponer y posponer la acción. Te genera ansiedad,
preocupación y hasta sensaciones físicas como temblor de
manos, dolor de panza, sudoración de manos, taquicardia, falta de aire y una
lista aún más larga de síntomas que tú y yo en más de una ocasión hemos
experimentado.
Pienso en cuando era niño.
Escribirle a Santa Claus era tan sencillo, le contaba lo bien que me había
portado y expresaba CLARAMENTE qué era lo que deseaba de regalo para esa navidad. Nunca me planteé si Santa
tendría problemas de presupuesto o si se aburriría con mi carta, yo sólo
manifestaba lo que quería y punto.
A veces extraño esa sencillez de
la niñez, el ser capaces de decir tan transparentemente lo que nos pasa, lo que
necesitamos y lo que nos duele. Eso es algo que perdemos con la edad y las ideas de
“ser adulto” que se nos van instalando en la cabezota. Lo que es mucho
peor, pretendemos ser “fuertes”, “perseverantes”, “resistentes” cuando lo único
que queremos es poder ser lo más “merengue” posible y hacer una pataleta de
aquellas expresando lo frustrado o enojado que nos sentimos. Lo peor de todo es que pretendemos aparentar con quien
más nos conoce, aparentamos con Jesús.
Por si se te ha olvidado, Jesús
fue de carne y hueso como tú y como yo, por lo tanto su empatía con el género
humano es bastante grande (ni hablar de su misericordia y gracia). Él vivió
experiencias humanas y puede entender lo “podridos” que nos sentimos a ratos.
Lo difícil que es vivir con uno mismo, cuando la cabeza nunca para de pensar y
tú nunca dejas de escucharte. Sí, leíste bien. Escucharte como si tuvieras a un
Pepe Grillo sobre tu hombro.
Cada vez que sientas esta
necesidad de decir todo lo que piensas y sientes, no lo filtres, al menos no
con Jesús. Él no se va a sorprender ni pensará que algo te pasa, agradecerá tu
honestidad y disfrutará de tu berrinche, porque le encanta poder transformar
las grandes penas en grandes alegrías.
Tal vez te quedan muchos
“perdona” por decir, o muchos “te amo” por atreverte a decretar, tal vez te
faltan muchos “gracias” que dar, aprovecha ahora. Este es el momento preciso.
Ejercita con Jesús, comienza diciéndole a Él lo que te falta por preguntar o
llorar. Nadie está esperando que seas fuerte eternamente y ante todas las dificultades ¡NADIE! Ni siquiera
Jesús…Él quiere ser fuerte por ti, Él quiere perfeccionarse en aquello que a ti
te hace un débil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario